Cuento moral a lo Robin Hood, pero a
comienzos del siglo XXI. Un joven altruista, doctorado en filosofía, se
encuentra con el goloso botín de un atraco realizado entre bandas mafiosas,
decide darle salida pasando por el necesario blanqueo en algún paraíso fiscal,
para emplearlo en fines muy distintos a los que tenían para él los que lo habían
atesorado. Hay en el cuento una bella dama, prostituta de lujo, pero con
corazón que sabe apreciar al buen villano; un ladrón recién excarcelado, con
buenos conocimientos fiscales; policías resentidos por lo poco que se valora su
labor, bandas de gángsters, choricillos de poca monta y mucho marginado que
recibe la modesta atención de alguna ONG.
Mantiene el ritmo que nos imanta a la
pantalla hasta el final, para seguir esta crítica moralizante del sistema
capitalista. Yo no podía dejar de pensar en las hileras de mendigos sin techo
en la próspera ciudad de Vancouver, ahora cambiábamos de longitud, yendo hacia
el este, pero la Montreal francófona emitía las mismas señales de que algo
marcha muy mal en Canadá.