lunes, 14 de abril de 2014

Oh Boy. Dir. Jan Ole Gerster

Película premiada en los "goya" alemanes. Es el primer largo de este director, y para ser la primera película no está mal. Buscan los críticos relación con la "nouvelle vague" y con Louis Malle, también con Woody Allen. El director reconoce que Truffaut ha sido para él una fuente de inspiración. El chico protagonista (que se parece a Antonio, el marido de Constanza) es como un Max Estrella o un Leopoldo Bloom berlinés, que recorre la ciudad en un día, desde que se despierta, hasta que a la mañana siguiente puede por fin tomar un café, que serene y repose sus confusas expectativas de futuro. Mientras va de un lado a otro, encontrándose a personas a las que deja hablar, son ellas las que nos hablan de él, porque de su voz sólo oímos balbuceos y algún intento de discurso dialéctico, sin lograr formar algo coherente.
A pesar de retratar el sentir actual de un joven despistado, aparecen dos referencias a la época nazi. La última con la que termina la película casi, supone forzar un poco el encuentro y el testimonio (algo que criticaban en Metrópoli. Le daban tres estrellas).
La estética es una pieza clave. En blanco y negro, cuidada en encuadres y luces, forma parte del espíritu de la película, melancólico, según Jan Ole Gerster, podríamos añadir que también pesimista.
Recomendable. En el Viajero hicieron un reportaje siguiendo el recorrido urbano de Nico Fischer, nombre del protagonista en la película (actor Tom Schilling).
Lo que opina Ana:
Vamos a seguir durante 24 horas los avatares de un joven berlinés que no encuentra su lugar en el mundo y que tiene el extraño don de atraer a los desamparados, a los desencantados, a las almas errantes que se abrirán ante él confiándole sus pesares. Pasearemos por una geografía urbana de un Berlín teñido en blanco y negro, sin sus referentes clásicos y nos iremos encontrando con personajes muy diferentes para acabar el día enfrentándonos con el espectro del pasado, con la memoria histórica que en Alemania no es un tabú, sino un capítulo del que avergonzarse y del que hay que pedir perdón.

A ritmo de jazz van pasando las horas y los encuentros, fluyendo con melancolía y tristeza.