
Sin embargo, cuántos directores son capaces de decir que quieren cambiar el mundo con su cine, un mundo hostil y temerario, cruel e inhumano, precisamente por culpa del ser humano. Hay tanta voluntad de usar el cine como arma, que te parece hasta ingenuo. Pues así se presenta esta directora iraní, Samira Makhmalbaf.
Hacer cine es muy complicado; ahora bien, la experiencia del rodaje de esta película es especial. No la puede filmar en Irán, se va a Afganistán, les ponen una bomba, que termina matando a un extra, y ella se salva porque la resguarda un caballo, que muere. Se cambian de pueblo para acabarla. ¡Vaya experiencia!
Y la película ¿qué? Pues que no es para cualquiera. Tiene un lenguje visual diferente al que estamos acostumbrados. Los actores, niño y joven, estan bien, son veraces. La directora consigue lo que se propone: visualizar cómo un jinete humilla más y más a su víctima hasta reducirla a la condición de animal. Queda a gusto de cada cual seguir o no el comportamiento de ese matrimonio.
Lo que opina Ana:
Cuanto más tiempo pasa de la visión de la película, le encuentro más sentido y la valoro más. En un primer momento se me hizo larga y pesada, era un cuento cruel que me molestaba y del que se me escapaban importantes claves culturales. Distanciándome de esa primera impresión, la película guarda toda su dureza y la encuentro cada vez más completa, su mensaje más claro y aplaudo su estética parda, dominada por unos colores que cubren la gama del beige al marrón, los de una tierra árida, inhóspita, que cría hombres salvajes, sin corazón. Los dos protagonistas, niños que en sus vidas reales sufren todas las carencias de una sociedad injusta, consiguen meterse de lleno en el cuento y hacerlo real.
Cuanto más tiempo pasa de la visión de la película, le encuentro más sentido y la valoro más. En un primer momento se me hizo larga y pesada, era un cuento cruel que me molestaba y del que se me escapaban importantes claves culturales. Distanciándome de esa primera impresión, la película guarda toda su dureza y la encuentro cada vez más completa, su mensaje más claro y aplaudo su estética parda, dominada por unos colores que cubren la gama del beige al marrón, los de una tierra árida, inhóspita, que cría hombres salvajes, sin corazón. Los dos protagonistas, niños que en sus vidas reales sufren todas las carencias de una sociedad injusta, consiguen meterse de lleno en el cuento y hacerlo real.