martes, 9 de junio de 2009

Still walking


Podríamos hacer un ejercicio de memoria, ¿cómo empieza esta película de Hirokazu Kore-eda? No es fácil responder porque se van sucediendo imágenes intrascendentes, cotidianas, de vez en cuando sube un momento la tensión, pero nunca se desborda, se vuelve enseguida a la normalidad del paso del tiempo. El gran protagonista es el hogar, la casa como centro y motor de nuestra memoria, de lo que somos y de lo que quisimos ser, de lo pasado que marca el presente. Dentro de la casa la mujer es el núcleo, la madre (Kore-eda quería recordar a la suya, muerta hacía tres años) es la persona principal de las relaciones familiares, y esas relaciones se establecen en torno a la comida (para un japonés, y para nosotros, debe ser una delicia jugosa ver todo ese afán culinario).

La familia, una vez crecen los hijos, con las desgracias que puedan llegar, se va separando. Aunque se propongan estrechar lazos, los caminos se alejan inexorablemente y terminas ofreciendo flores ante la tumba de los padres. Película sencilla en apariencia, pero no lo es.

Lo que opina Ana:
24 horas en la vida de una familia japonesa, en las que se reúnen para conmemorar, como cada año desde hace quince, la muerte del primogénito, ahogado de forma altruista por salvar a uno en la playa.
El tiempo transcurre con un ritmo real, sin que pase nada sobresaliente, pero poco a poco se van destapando los rasgos de cada uno de los componentes de la familia, sus defectos y sus virtudes, sus afectos y sus desamores. Consigue el director Hirokazu Kore-eda, crear un espacio evocador y universal; a pesar de las diferencias culturales, todos podemos encontrarnos reflejados y sentir lo que él añora y entristecernos y alegrarnos con las tristezas y las alegrías de sus personajes y disfrutar con sus planos, algunos auténticas fotografías artísticas, como las que componen las manos de los niños entre las flores del cerezo del jardín, o la del bodegón nocturno de la mesa silenciosa y en penumbra del comedor.