Lo más desconcertante de esta emotiva película es que refleja la historia real del propio productor, sin siquiera cambiar el nombre en la ficción, el protagonista también se llama Roger, y la visión que se hace de él es buena, con lo que la película resulta ser una auto alabanza. Salvado eso, y olvidado, se narra con contención (hay pocos momentos de sentimentalismo forzado) las relaciones de una sirvienta y el señor para el que trabaja, en la etapa en la que Ah Tao (estupenda la actriz Deanie Ip) sufre una apoplejía y deja de trabajar y ella misma decide entrar en una miserable y deprimente residencia. El protagonista, Roger (Andy Lau), de una forma bastante inexpresiva en sus gestos, muestra el cariño y el reconocimiento hacia su antigua criada, convirtiéndola casi en su madre. El amor mutuo forjado desde la niñez es lo que queda en la retina, y como marco Hong Kong, donde un apartamento de poco más de 30 m2 parece un palacio solo al alcance de unos pocos, y donde los viejos, como en cualquier país liberal capitalista, dependen del dinero para asegurarse su bienestar en la vejez.