miércoles, 4 de diciembre de 2013

De tal padre, tal hijo. Dir. Horokazu Kore-Eda

He visto todas las películas que se han estrenado en España de Kore-Eda desde "Nadie Sabe", y en todas hay algo interesante, aunque no todas tienen el mismo tono ni la misma exigencia; por ejemplo, "Air Doll (2009) era rara en casi todo, y "Kiseki" (2011) era entrañable en todo. Ahora, con "Tal padre, tal hijo", nos plantea un dilema moral importante: la elección de tu propio hijo, cuando sabes que el que has criado hasta los 6 años no es tuyo. Resulta interesante cómo aborda el director las relaciones de las dos familias; la rica se basa en el éxito por el esfuerzo, pero su entramado familiar es frío, casi gélido. La mujer no cuenta nada, es el hombre el que toma las decisiones. La que no es rica es desenfadada, la mujer cuenta casi más que el hombre y las relaciones familiares son cálidas, estrechas y divertidas. Intercambiar los hijos de estos dos ambientes supone un trauma, y es lo que aborda la película de una manera pausada, progresiva, paso a paso. Por eso puede parecer lenta. Kore-Eda, sin que lo manifieste claramente, toma partido y obliga al ejecutivo arrogante, orgulloso y seguro de sí mismo a rectificar y descubrir sentimientos que creía domesticados.
Película interesante, no más que "Una familia de Tokio", donde los niños vuelven a ser la pieza clave de toda la historia, sin engolamientos ni cursilerías. Keita, el niño de ojos grandes y asustadizos lo hace maravillosamente.
Lo que opina Ana:


Kore-Eda vuelve a adentrarse en el universo infantil, introduciéndonos en el seno de dos familias de muy diferente perfil socioeconómico y con planteamientos y valores antagónicos. Todo parece girar según las normas establecidas en cada hogar, hasta que la chispa del drama estalla al recibir la noticia de que, debido a un error, en la maternidad donde nacieron  dos de los niños de estas familias, se dio a cada una el bebé equivocado.
En esta ocasión no se alcanza la magia de “Milagro”, pero sí volvemos a disfrutar con esos papeles infantiles tan bien desarrollados, con la ternura de Keita y con la espontaneidad de los nuevos amigos. Se abusa un poco del tópico pobre-feliz, rico-desdichado, asombra el papel tan secundario que juegan las madres, sometidas claramente a las decisiones masculinas. Sirve para plantear un dilema moral sobre la importancia de la familia y el valor de la sangre; ¿qué es lo que hace a un hijo ser considerado como tal, es más importante la convivencia, la educación o la genética? Sin duda se plantean cuestiones que aún hoy y, al parecer más en la sociedad japonesa, siguen sin resolver a pesar de los enormes cambios que está sufriendo la estructura familiar.