Tiene un punto de partida raro, extraño, que choca. Un chico imberbe llega desde Escocia y se mete él solito en el salvaje oeste, con forajidos e indios, y no le pasa nada. Aparece milagrosamente un protector que a lo largo de la película irá revelando su personalidad entre inmisericorde cazarrecompensas y hermano mayor de este buen chico.
La historia se va desarrollando y como en todo western, en el viaje están los peligros, los encuentros, los personajes y la muerte siempre acechando. El recuerdo de un amor en Escocia le mueve a este joven a realizar este loco itinerario. Está tan indefenso que te parece un exotismo que a la segunda toma no tenga dos balas en el cuerpo. Este exotismo argumental se completa con la geografía del recorrido, árida, verde y la pradera final. Sabemos que se rodó en Nueva Zelanda. A Ana le gustó, le pareció un cuento.
Lo que opina Ana:
Lo que opina Ana:
Da gusto que los directores se atrevan
a seguir cultivando los géneros clásicos, siempre queda lugar para una nueva
mirada en ese inmenso mundo de aventuras que es el western. En esta ocasión la
épica del lejano oeste tiene un componente crítico, se cuestiona el exterminio
de los indios, y el papel de las recompensas para avivar la codicia. Una doble
historia contada a través de flashbacks, en la que el amor actúa de guía y
acaba atrapado en la violencia más feroz. El paisaje es, como en todas las
obras del género, uno de los grandes protagonistas; en esta ocasión utilizando
exteriores neozelandeses para recrear las montañas de Oregón. La fotografía
tiene un tratamiento romántico, es muy expresiva, va preparando los cambiantes
estados de ánimo según la mirada de quien nos esté relatando cada escena,
cuando se recuerda lo ocurrido en Escocia, se torna más crepuscular para
abrirse a un mundo más luminoso en la inmensa soledad de las praderas americanas. Realismo y fábula
se dan la mano hasta destrozarse en un final sangriento con aspecto y narrativa
de cuento gótico.