domingo, 18 de octubre de 2015

El Club, de Pablo Larraín

Contando con los problemas de audición característicos de algunas películas latinoamericanas (por el sonido al natural, y por no entender el acento), las imágenes, las situaciones, los ambientes, el color, la luz, todo forma una unidad. Decía en una entrevista el director que él consideraba su película como algo espiritual, místico. Efectivamente, las denuncias de los pecados que han llevado a estos cuatro curas y a una monja a este retiro forzoso van formando un vía crucis, que alcanza su momento de redención al final, cuando un cura lleva por las calles de ese pueblo como si fuera por el huerto de los olivos al crucificado, y culminando la crucifixión  un atardecer de un rojo violento en el horizonte.
Ninguno de ellos se arrepiente de sus pecados, oran, conviven apartados; temen que la iglesia les abandone ¿Qué denuncia te queda? ¿La del pobre diablo vagabundo que desde niño estuvo desequilibrado por los abusos sufridos? Al final lo que vemos es que son humanos, aunque ellos crean que es la gracia divina la que guía sus actos. No me extraña que haya causado una gran impresión, dentro y fuera de Chile.
Lo que opina Ana:
La crítica la había presentado como una gran película, sin duda tiene muchas virtudes, pero a mí no me parece extraordinaria.
Buenas interpretaciones, soberbia la de Antonia Zegers, aunque es una pena que el chileno se vuelva a veces en sus bocas  tan incomprensible como un idioma desconocido que clama por  subtítulos para poder seguirlo íntegramente.

Buen guión también, con una estructura correcta, aunque al final pierda parte de su claridad  argumental.
Lo mejor, junto a algunos de sus actores, es la creación de una atmósfera gélida y opresora que consigue relatar una realidad oscura y oculta que te escupe a la cara y te produce escalofríos.