sábado, 18 de julio de 2015

El mundo sigue, de Fernando Fernán Gómez

Esta película se acabó en 1963 y se la tragó la censura. Ahora, restaurada, se estrena con excelentes críticas, pero sólo en trece salas de toda España (en Madrid nada más que en los Verdi). Hay que verla en su contexto dentro del neorrealismo italiano de finales de los cuarenta y cincuenta. Las actuaciones, todas excelentes, tienden a lo melodramático, sobre todo y por encima de todo las de las dos hermanas protagonistas. Fernando Fernán Gómez, el marido de una de ellas, es quien les da la réplica masculina. Tiene demasiados primeros planos en los momentos clave, tratando de reflejar su tensión interior, pero no hace falta que duren tanto. Hay momentos de gran cine, el flash back de la hermana mayor, Gemma Cuervo, mientras sube apresuradamente la escalera y su madre al oír el taconeo la recuerda en otros momentos de su vida, haciendo lo mismo, subiendo la escalera. Queda bien reflejada la vida de Madrid en esos primeros sesenta, aunque, salvo por el ajetreo que se ve en los bares, los coches que circulan por las calles y la vestimenta, podíamos estar en los cuarenta perfectamente: el oscurantismo y el atraso lo envuelven todo.
Era mucha carga la que tenía la película para que la censura la pasara en la larga noche del Franquismo.
Lo que opina Ana:
Extraordinaria película que vuelve a las pantallas 50 años después y que sigue manteniendo toda su fuerza narrativa. En su día fue ignorada, aunque uno se sorprende de que la censura le dejara ver la luz. Cuenta la historia de una familia castiza  del barrio de Maravillas, retratando una España casposa, y eso que se trata de Madrid, ¡cómo sería la realidad de los pueblos y las ciudades pequeñas!
Fernando Fernán Gómez desarrolla una historia cainita protagonizada por dos hermanas en vez de dos hermanos. Mueve a un impresionante plantel de actores, critica el profundo machismo existente, la inmoral relación entre sexos, los prejuicios, las envidias, los códigos de honor.

Utiliza recursos narrativos que juegan con los tiempos, la escalera de la casa se convierte en un viaje al pasado. La fotografía en blanco y negro retrata un Madrid pueblerino. Una joya que nadie debería perderse.