Hace falta sentirse libre de condicionantes comerciales para hacer una película como esta, que ya de partida sabes que dura 3 h y 16 m, y también tener el valor de premiarla en Cannes con la Palma de Oro (un jurado presidido por Jane Campion). Aunque el director se refiere a un origen remoto de la película en varios relatos de Chejov, parece, viendo la estructura, que es Ingmar Bergman quien se ha trasladado a Anatolia con sus sesudas reflexiones sobre la existencia y con su inmisericorde retrato de las estructuras familiares (y eso que aquí no hay hijos).
Película para gente que disfruta de un cine construido de forma artesanal, sin aspavientos, oyendo a los personajes y donde el ambiente de los interiores se equilibra perfectamente con el marco exterior de una heladora Capadocia. Sólo por ver la escena del padre humillado y alcoholizado arrojando al fuego la solución a su existencia, merecería ya estar sentado más de ciento ochenta minutos,no es fácil (la chica que vende las entradas no está dispuesta a hacerlo, por ejemplo).
Lo que opina Ana:
Lo que opina Ana:
Aclamada por la crítica llega a Madrid
la vencedora del festival de Cannes, una película de estilo “bermangiano” y
alimentada en el universo de Chejov, pero desarrollada en el interior de
Turquía, en una bellísima y dura Capadocia invernal.
Es una película psicológica, con mucha
carga literaria, en la que añoras poder entender el turco para disfrutar de los
densos diálogos que a veces cuesta leer. El ritmo es lento pero fluido, no se
hace larga a pesar de su larguísimo metraje. Tiene un aire teatral que emana
del propio protagonista, un afamado actor retirado, de sus espacios interiores,
que de cuando en cuando se abren , para abandonar el delimitado escenario
teatral y presentarnos una bella descripción
pictórica de ese mundo gélido y hostil en el que habitan los personajes
atrapados en sus dilemas existenciales. Mucha reflexión filosófica, poca
alegría, quizá la llegada de la primavera les permita una vida mejor.