
No durará mucho en la cartelera. Cuando fuimos a ver la primera, la sala estaba llena; en ésta, siendo mucho más pequeña, ni la mitad. Se han equivocado los distribuidores o los dueños de los cines. No debería haber habido más de una semana entre una y otra, con el impulso de la primera llegabas a la segunda. Porque Che, guerrilla (vaya título) no tiene el halo del éxito, el fulgor de la victoria, la estela del acontecimiento histórico. Aquí el Che fracasa porque la revolución es difícil de exportar, ni crece en pocos meses, aunque las condiciones objetivas, que diría la teoría marxista, sean las propicias. Benicio del Toro actúa bien, en su línea. Pero está encerrado. La película no te informa demasiado. La chica que aparece en varios ambientes, te imaginas, pero a tu aire. También choca que la lucha de Bolivia se desarrolle entre encinas, fresnos, robles y adelfas. Son cosas menores.
Me quedé hasta el final a oir entera la canción de Mercedes Sosa y salí con un sabor amargo, porque la película no tiene la fuerza que quieres dar al personaje, y porque ves como los sueños quedan rotos. Desde ese momento El Che quedó fijado en la leyenda, mejor, tal vez, que Fidel, que ahora lo ves como un cardo seco, vestido de chandal Nike. Vaya diferencia.
Lo que opina Ana:
Dicen que nunca segundas partes fueron buenas y el refranero acierta de pleno en esta ocasión. Deseaba su estreno, ya lo dije en el comentario de la primera parte, a pesar de las malas críticas no me resistía a ir al cine a corroborar por mi misma el resultado; tengo que sumarme a la opinión general, la película es larga, sin ritmo, cansina; tienes la sensación de asistir a un fracaso, en eso sí consigue Sodebergh encontrar el tono, nos cuenta la historia de un fracaso y nos lo hace sentir. Los personajes son confusos, el paisaje monótono y poco creíble, el Che ya no brilla, parece resignado a la emboscada final, físicamente agotado, no sabemos si dolorido por estar conduciendo a sus fieles correligionarios a una encerrona sangrienta. Da la sensación de ser la puesta en escena de una historia muy documentada, pero sin brío cinematográfico.