Cuarón compone una obra maestra, en la
que nos hace disfrutar de un viaje a su infancia, ofreciéndonos continuamente
la magdalena de Proust mientras recorremos sus recuerdos. La poesía aflora en
las imágenes en blanco y negro, en los silencios y en las palabras. Hay
momentos dulces y otros muy amargos. El guión está compuesto con perfección,
los personajes responden maravillosamente y dan vida a un mundo desaparecido
salvo en los recuerdos.
La cámara se mueve con maestría, desde
los planos psicológicos a los travellings y es capaz de contar sentimientos y
representar una realidad social y política muy convulsa. Le gusta la
repetición, y el introducir varias escenas en un mismo plano, contarnos varias
historias a la vez. Juega con los ritmos con gran acierto, y adapta el relato
según utilice espacios cerrados, más íntimos y los espacios abiertos, más
descriptivos de la realidad sociológica del país.
Hay momentos extraordinarios en la
película, como el de la escena en la azotea de la casa entre Cleo y el pequeño
Pepe, o la descripción de la fiesta de fin de año en la hacienda, la de la carga
contra el movimiento estudiantil y la posterior llegada al paritorio, por citar
sólo algunas.
Hay homenajes, a las mujeres de su
infancia, al cine, al mundo aeroespacial, se hacen continuas referencias a los
aviones y al espacio y casi podríamos decir que su historia son recuerdos de un
patio, como le ocurría a Machado. El director se ha enfadado mucho porque en
España, las distribuidoras han decidido subtitular la película en español, algo
realmente innecesario, salvo cuando hablan las criadas entre sí en su lengua.
No hay ninguna dificultad para entenderla, seguimos hablando el mismo idioma,
enriquecido por los modismos de cada región.