La intención loable del director de que esta película conmueva e interrogue al espectador, no cuenta con el apoyo suficiente, tan solo dos cines la proyectan, los Verdi y los Yelmo Ideal. No queremos que nos molesten.
Estéticamente está muy cuidada, desde la primera toma, una vista aérea del mar atravesado por una gaviota blanca, hasta la última, otra vista cenital de muchos chalecos salvavidas abandonados, como formando islas. Él, Ai Weiwei, aparece varias veces; en teoría es para que sirva de guía entre el espectador y los refugiados, para hacernos como de puente. No habla, sólo muestra, convive. A mi no me molestó.
Un defecto puede que tenga, la amplitud de su proyecto. Al mostrarlo tan inabarcable puede dar la impresión de ser algo ineluctable. Claro que hay imágenes de choque visual, pero al saltar de un continente a otro, de un campo de refugiados a otro, de una frontera a otra, no arraigas el efecto emocional. Y después de verla, ¿qué hacemos? Sólo por plantearse esto merece la pena ir a verla.