
Puede que esta película no tenga el toque especial de "Le Havre", pero tiene la ventaja de que es clara, directa y efectiva. Sin dejar de ser de Kaurismäki, en su Finlandia natal: luces frías, espacios vacíos; sin embargo, hay humor, personajes únicos, "soy el último de los últimos" dice uno de los protagonistas, y esperanza, dentro del negro panorama de esta época. A mi me gustó.
Lo que opina Ana:
Continúa Kaurismäki con la línea abierta en “Le Havre”, esta vez
en vez de un pequeño africano auxiliado por un inspector romántico y solitario,
perfila a un joven sirio, íntegro, honesto, valiente como para seguir queriendo
luchar por la vida, tras haber padecido el mayor de los horrores y a un pausado
finlandés que ve languidecer su vida y se niega a no cumplir sus sueños.
Con un lenguaje directo, seco y a
veces surrealista nos lleva a un mundo en el que los protagonistas parecen
anclados en un tiempo detenido, sólo la fuerza del joven sirio nos conecta con
la realidad y nos hace pensar en el siglo XXI, los demás, los que trabajan en
el restaurante, se han quedado en los 60, mobiliario, luces, música, todo es
decadente y nostálgico. El relato, cuando se centra en los personajes finlandeses,
es siempre distante, frío de colores, luces, afectos, la tristeza parece estar
susurrando tras la cámara, no hay niños en ese país que aparece siempre en el
primer puesto del ranking mundial por su sistema educativo. Todos sueñan con
huir a un mundo donde el sol les acerque
a la felicidad.
Y en esa narración detenida,
estructurada en escenas compuestas como cuadros realistas, casi mudas, se
alcanzan grandes momentos: el fin del matrimonio, la timba de pocker, las
bandas de músicos callejeros, la burocracia cenicienta, la xenofobia asesina,
la amistad, la esperanza que siempre aguarda. Por eso, nos deja un final
abierto, no condena a sus criaturas, nos permite imaginar una posibilidad de
salvación para sus héroes.