Javier Ocaña la califica de película extraordinaria. A mi me pareció larga, dispersa y que el protagonista adulto o está maniatado por el director o tiene un capacidad interpretativa muy limitada. Su figura es mucho menos interesante que cuando es niño, incluso que cuando es adolescente. Todas las historias, aunque sean reales, que se salen del inicio, el amor profundo y cómplice entre una madre y su hijo, sus juegos, su vivir cotidiano y la brusca desaparición de ella, van perdiendo fuerza progresivamente. Es muy interesante el dilema religioso con la fe y afectivo con el padre que se le presenta al joven adolescente huérfano, pero cuando llega a mayor, es plano. Casi parece una marioneta. Estoy más de acuerdo con las dos estrellas de Metrópolis.