Magnífica película que consigue
enganchar al público sin ningún recurso efectista, enseñando el juego desde el
comienzo, las cartas están siempre boca arriba, no hay trampa ni cartón. Con
una historia que comienza acabada, parece imposible que se pueda ir creando
expectativas, desvelando realidades de las que el público es cómplice y que
sólo están veladas para la joven protagonista. El director nos hace ver más que a ella, nos lleva por
delante, nos convierte en cómplices de su relato y nos muestra cómo plantearle
la verdad a la única que la desconoce. Lo hace con un ritmo muy medido, utilizando
la luz con maestría, creando claroscuros cambiantes, como los sentimientos, y
acompañando su relato con momentos
musicales imborrables, como cuando suena “Waiting for the miracle” de Leonard
Cohen durante la escena del baile. Una
joya.