Las películas que recuerdo de esta directora, comparten un toque espiritual relacionado con la naturaleza. El significado del viento, los árboles, las flores, las piedras, la luna...que hablan y te proporcionan mensajes que debes escuchar. Cuanto más te separes de esta comunicación, más amargura te proporcionará el vivir. En "Aguas tranquilas" quien no encontraba su lugar era el chico adolescente; aquí, el pastelero. Hay personas que te enseñan y te guían a conocer este lenguaje, que te muestran con sus actos y palabras el camino a seguir, en este caso es una señora mayor, Tokue, y el medio de ejercer su magisterio armónico y respetuoso es la cocina, la pastelería, en un diminuto puesto de dorayakis.
Hay cosas un poco desconectadas: la historia de la joven estudiante a la que se hace coincidir con los protagonistas; también un exceso de sentimentalismo (Roberto Piorno en Guía del Ocio) en el tramo final. En Metrópoli (4 estrellas) la consideran una obra modesta en comparación con la "grandiosa" Aguas Tranquilas.
Con ese espíritu zen, el florecer de los cerezos y el aroma de los dorayakis la película tiene asegurado el éxito.
Lo que opina Ana:
Lo que opina Ana:
Planos psicológicos dan el tono de la
película, los personajes son íntimos, reconcentrados en sus vidas, cargados y
marcados por un sino infeliz, aunque la anciana consiga transmitir un halo de
aire fresco, un amor hacia las alegrías pequeñas que son las que nos hacen
sentirnos felices. El encuentro entre tres generaciones sin vínculos
familiares, pero conectadas por unas vidas solitarias será el hilo conductor de
esta historia-cuento enmarcada por el
sonido del viento que mueve las copas de unos árboles hermosos como una
sinfonía poética, la directora vuelve a colocar a la naturaleza en un papel
protagonista, endulzando los pesares de los protagonistas y marcando sus
destinos.
Descriptiva, sensorial, poética, pero
le falta fuerza.