El problema de esta película, otra israelita, es el tono sobre un asunto tan poco dado a alegrías. El sentido del humor de la primera parte poco a poco se va tornando hacia la realidad dura de la enfermedad y la muerte, aunque siempre tratadas sin dramatizar. En lugar de aumentar el tono negro del humor con el que se inicia y llevar al espectador casi a un absurdo, va dulcificando lo inevitable. Quedan advertidos, no todo son risas (escribe Boyero que él no rió en ningún momento). Hay algunas cosillas evitables o innecesarias: el salir del armario de dos setentañeros, la cancioncilla entre vivos y muertos y en Metrópoli señalan también la repetición según ellos del mejor chiste, el de la multa de tráfico.
Lo que opina Ana:
Lo que opina Ana:
Arranca con gran sentido del humor,
aparentemente estamos ante una comedia, pero poco a poco la historia se va
tiñendo de gris, la alegría se va desvaneciendo, y aquí es donde falla el pulso
narrativo, el director se empeña en mantener su visión cómica, y lo hace de una
manera burda, no alcanza a unir la grandeza del tema, una defensa ética de la
eutanasia, con una presentación ligera.
Sorprende encontrar esta libertad de
miras en un Israel tan contrapuesto al que pocos días antes el cine nos había
acercado en el divorcio de Viviane Amsalem, o aquel otro de la confrontación
racial y cultural de la película Mis hijos.