
En una pequeña encuesta que hacían en ON Madrid, una chica declaraba que lo había pasado fatal y recomendaba encarecidamente no ir a verla. Si se hace un esfuerzo y en algún momento tragas saliva, merece la pena, aunque Ana no fue.
Titulaba Jordi Costa su crónica "En un principio fue el mal", y ahí está el misterio de esta película. Según Lars von Trier, ¿en un principio el mundo y la naturaleza estaba dominado por el demonio? ¿Poseía a hombre y mujeres, sobre todo a mujeres, y los hacía servidores de su poder? ¿Eran justificadas las hogueras inquisitoriales?
Desde luego, la madre del niño, Charlotte Gaisnbourg, que va al bosque a escribir una tesis sobre estos casos ("Las mujeres de Ratisbonoa podían provocar la lluvia"), no la acaba porque, como ella dice, son solo palabras y palabras. Su escritura al final del libro, ya sin trazos legibles, demuestra que también ella está poseida. ¿Una prueba del sometimiento a satán es el sacrificio de su hijo? Todavía siento un escalofrío al recordar cuando el padre descubre el misterio de los pies deformes de su hijo.
El prólogo, en blanco y negro, con unas imágenes casi detenidas y repetidas, en planos fijos de avance narrativo, es magnífico. Dos historias se cuentan paralelamente, mientras suena la voz de una soprano. ¿Qué fragmento es? En el epílogo vuelve al blanco y negro, pero su interpretación se me escapa, ¿las once mil vírgenes?. En fin, se se aguanta, da mucho de sí esta película, ya lo creo.