
Es una película enormemente pretenciosa que persigue convertirse en un gran relato épico de los duros tiempos del comienzo de la explotación petrolífera estadounidense. Todo en ella huele a ambición, como el curioso título que se le ha dado en España, frente al original en inglés "There will be blood". Para mí sus ambiciones se truncan, el protagonista, ganador este año del óscar por su interpretación, resulta excesivo, la trama te deja descolocado, la música suena demasiado, el tiempo se hace eterno y no ves el momento de que acabe para poder respirar un aire más puro que el del ambiente roñoso y asfixiante en el que te ha introducido el director.
Mientras la veía y suspiraba por su final, pensaba que Paul Thomas Anderson había pretendido crear algo tan grandioso como Ciudadano Kane, sin conseguirlo; por eso me quedé sorprendida cuando más tarde leí en el panfletillo informativo que te dan en el cine, que algún crítico vio en la película una mezcla de Ciudadano Kane y El tesoro de Sierra Madre, ¡anda ya! Días después escuché a Fernando Argenta en su programa de Clásicos Populares, comentar que él iba poco al cine, pero que le habían hablado de Pozos de ambición como de una obra maestra y por eso se animó a verla en Semana Santa, lo único que le gustó fue la música, en cuanto a lo demás, dijo no poder salir de su perplejidad mientras la veía, llegando a quedarse atónito con el final. Sentía que se le iba poniendo cara de tonto y pensaba que los demás debían de ser muy inteligentes, si eran capaces de entenderla y apreciarla.