Llega precedida de excelentes
críticas, para mí excesivas. Emilio sale rebotado diciendo que no le ha gustado
nada. En esta ocasión tenemos opiniones encontradas, a mí no me parece una obra
maestra, pero la sigo con interés, me atrae el
modo de planificarla, sus saltos temporales a través de una
secuenciación literaria, dividida en capítulos discontinuos, sin recurrir al
flasback. No me importa que se recree en planos laterales que consiguen apaisar
el relato y centrar el interés en los extremos para reconducir al escenario
central a través de tomas del paisaje, muy presente en todo el metraje.
Rosales levanta una tragedia clásica,
sin dioses ni héroes, con un coro de música disonante que quizá resulte un
tanto pretenciosa, pero que a mí me mantiene interesada. Los diálogos son a veces demasiado burdos, se
pasan de naturales y el arte aparece en la película como un fantasma ridículo y
un poco esperpéntico.