Y aquí está la segunda parte. Si en la primera, la secuencia de Fibonacci tenía un punto divertido, en esta está degradado y es humillante.
En esta segunda parte forzada por razones comerciales (ahora entiendes mejor la aberración de separarlas), no hay concesiones. El director busca llegar al límite de esa sensación de anomalía, de aislamiento, de soledad. Incluye la maternidad, que es incompatible con ese propósito irrefrenable del sexo continuo, incluye un episodio raro de adoctrinamiento, que acaba en traición e incluye la vejación física. Pocas veces se te permite cambiar el rictus de pesadumbre (y a mi lado dos homosexuales dándose besitos. En fin...).
Acaba como peor podía hacerlo, sin esperanza. Aquí quería llegar von Trier. Y también a que todos somos pecadores, todos caemos en el deseo.
Lo que opina Ana:
Lo que opina Ana:
Aunque debieran verse de un tirón, la
historia de Joe se retoma con facilidad. Emilio salió pensando que Lars von
Trier había elegido el peor de los posibles finales, con ello viene a demostrar
que no le va a dar tregua a su protagonista, no quiere concederle ningún
respiro, no la va a dejar descansar al fin. Vida trágica sin redentor.