
Lo que más me gustó de esta película fueron los jerseys de Ryoko Hirosue, la mujer del protagonista.
Seguramente si hubiera llevado la historia al lado dramático, duro y real, no habría conseguido ese Oscar tan sorprendente.
La película está bien, pero demasiado edulcorada, gratuitamente además. No hacía falta que Masahiro Tomoki, Daigo Kubayashi en la ficción, ponga esas caras de tonto, ni que toque, sin ton ni son, en planos únicos, como simbólicos, el violonchelo. Ni que el final se alargue tanto, cerrando el bucle de su drama familiar, a través de una piedrecita celosamente guardada hasta la muerte. Bueno, son concesiones del director, Yojiro Takita, que hay que aceptar, porque, en conjunto, se aprende un ceremonial de despedida que resulta antropológicamente interesante.
Lo que opina Ana:
Lo único que me disgustó de esta película es que le arrebatara el óscar a la mejor película extranjera a Vals con Bazir o a Déjame entrar, sin duda de mayor calidad cualquiera de ellas; hecha esa salvedad, es una película curiosa por su tema, un poco sentimentaloide, a la que habría que quitar un poco de azúcar, las almibaradas escenas de solos de violoncelo. Se hace grande cuando entra en el ritual mortuorio, casi un documental sobre una sorprendente manera de encarar la muerte; tiene buenos golpes de humor y desarrolla bien la historia.