domingo, 18 de mayo de 2008

La duquesa de Langeais


Lo que opina Ana:
Jacques Rivette se recrea en construir la atmósfera de la novela de Balzac; sigue un ritmo lento, puntilloso y preciosista en sus decorados, tenso en cuanto a las emociones, diletante como la sociedad que recrea, la aristocracia parisina del Primer Imperio.
Es demasiado larga, podrías sentir el aleteo de una mosca, si la hubiere...Comienza mal, con unos feos planos de un suelo de la iglesia de un convento mallorquín y con la presentación del protagonista masculino, interpretado por Guillaume Depardieu, quien no conseguirá hacerse atractivo en ningún momento; mientras que Jeanne Balibar, Antoinette de Langeais, sí conseguirá crear un personaje más rico en matices.
Todo lo que escapa del ambiente claustrofóbico de ambos protagonistas está poco caracterizado y resulta chocante, especialmente la cuadrilla de amigotes del marqués de Montriveau, no en cambio los ambientes de los salones parisinos, que se describen con acierto. Siempre es mejor seguir leyendo a Balzac.

Lo que opina Emilio: El comienzo es cabezón, torpón, cegato. Una camara sigue un camino sin levantar la vista por un suelo con mosaicos, suponemos que del convento de Mallorca donde está la duquesa (Jeanne Balibar). Y el final, al contrario, es todo aire, vista abierta al mar gris del cielo nuboso, con un barco con sus velas desplegadas. ¿Por qué la última escena se queda tan pobre, tanto de movimiento de cámara como de texto y ritual? Convertir en un poema esa pasión está bien, pero no arrojando al mar el cuerpo que se amó como si fuese un pescado podrido. Ese final necesita más pasión y más aparato. Decía Jordi Costa en el El País que se había aburrido mucho. Ana también se aburrió un poco. Yo no; es cierto que es muy premiosa, muy lenta, que todo transcurre en interiores, que es muy teatral, que el hijo de Depardieu, Guillaume, (el general Armand de Montriveau) no consigue todos los matices del personaje, o los exagera a veces, o los hace demasidado rudos en ocasiones. Pero en general está bien interpretada y magnifícamente ambientada. Y como quieren ser fieles a Balzac en letra y espíritu, pues esto es lo que da. Por lo tanto, película honrada, no conseguida del todo, pero sin trampas.

Podríamos decir: un documento de la supervivencia, de los gustos, lujos y convenciones de la alta burguesía y de la nobleza, pasados los tumultuosos y peligrosos tiempos de la revolución, cuya única presencia en esta época es la consolidada posición e intervención del ejército de Napoleón. Todo lo demás ha desaparecido, de momento. Lo que está por venir (las revoluciones del 30, del 48 y La Comuna) no lo cuenta Balzac en este relato de amor cortés.