
Con Biutiful hay un problema de exceso, de gustarse a sí mismo, de barroquismo de alguien que se consiedera consagrado. Los títulos de crédito finales lo confirman, el nombre del director ocupa varias pantallas completas. Para que no quede duda.
En la escena primera vemos unas manos que se intercambian un anillo y oímos una voz trémula (el sonido sucio es otro signo de distinción en esta película). En la segunda, un paisaje nevado entre álamos blancos y un búho muerto, dos personajes y un diálogo que no entiendo. Y enseguida a Barcelona, una ciudad vista sin contemplaciones. Sin Javier Bardem la película no existiría, pero eso no impide que su personaje tenga tantos flancos que atender que quede difuso, difuminado, disperso, disuelto. La ambición ha cegado a Iñárritu, ha hecho una película excesivamente compleja, le ha dado tantos vértices que es imposible cerrarla. Las historias que rodean al protagonista son flojísimas, empezando por la de su mujer. Y Bardem solo no puede aguantar todo el peso, aunque intención pone. Yo me olvidé muy pronto de su tragedia, y eso es que algo no ha funcionado.
Lo que opina Ana:
La separación de la pareja Iñárritu/Arriaga nos ha hecho un flaco favor a los cinéfilos, parece que entre ellos se disputaban la autoría de las películas y la aparición de sus nombres en los títulos de crédito, un duelo de ególatras. Pero, disputas aparte, hacían grandes películas, mientras que ahora, el camino en solitario de Iñárritu, sólo nos trae una historia mal contada que pretende hablar de muchas cosas sin conseguir calar en ninguna. Como siempre, Javier Bardem se come la pantalla y sólo por verlo uno aguanta sentado en la butaca.