Dos méritos tiene esta película (León de Plata al mejor director del festival de Venecia 2014). Presentarnos el espacio natural en torno al lago Kenozero, hoy parte del parque nacional Kenozyersky, situado al norte de Rusia, y que la mayoría de sus actores son sus propios habitantes, Eso tiene ventajas e incovenientes, el principal es la falta de tensión dramática. La película es plana, y eso la hace un poco larga. La historia en lo esencial ( aparte de la del cartero que reparte el correo en una lancha con motor, que le sirve para desplazarse a los poblados)es ver cómo viven estos rusos en el siglo XXI, pegados a la TV, bebiendo vodka y con la paga del estado. No llega a ser un canto melancólico de un modo de vida que se extingue, no tiene ese halo poético. Lo más grandioso es el lago.
Lo que opina Ana:
Lo que opina Ana:
Una nueva película rusa que habla de
un mundo rural, apartado, en el que sus habitantes parecen una especie en
extinción, una población envejecida y maltratada por el consumo de vodka, única
escapatoria ante una realidad poco alentadora. Tiene lugar en el norte, junto
al lago Kenozero, donde no hay niños, la antigua escuela está en ruinas, no
hay aliento de futuro por lo que sus
gentes se consumen y dejan pasar la vida recibiendo cada mes una pensión que
les permite ahogar sus recuerdos con alcohol. Es una Rusia triste y gris. Los
protagonistas son casi todos gentes de la región que debutan en el cine con
esta película. El director se concentra en presentar el espacio, embellecido
con imágenes pictóricas cuando describe el paisaje, pero repulsivo cuando se
acerca a las casas en las que malviven
sus habitantes, a mí me retrotraía a las formas de vida de la Galicia rural de
mi infancia, con pocas comodidades, escasa cultura y afortunadamente hoy desaparecida. Lo de menos es la historia, lo que importa es la atmósfera.