
Hay una calculada polarización en esta película, de un extremo a otro, en el trayecto se produce el milagro. Dice Ana que es un cuento, pero no tiene ese formato. Las chabolas, los niños explotados, la mendicidad sabemos que existen, además añade la brutalidad policial y el hampa. Oriente y lo peor de Occidente. Y en Agra, el turismo. Si una cosa queda clara es que para un indio, un occidental nunca podrá comprender lo que es allí sobrevivir, y en eso tiene razón. Pero para el director es más tentador narrar el sueño convertido en realidad, la historia de un amor nacido en las más difíciles circunstancias y mantenido por encima de todas las dificultades. Eso es lo que quería Boyle que fuera lo principal. Y eso, unido a su maestría en rodar escenas de acción (estupenda la persecución con la que se inicia la película), junto con un montaje en continuo flash-back para que asistamos a esta redentora histoira, le van a dar muchos triunfos; pero, y el baile final lo demuestra, no quiere que nos vayamos con la conciencia intranquila, con mal regusto. La denuncia de la miseria es un pequeño condimento más, no el principal, en esta película tan especiada.
Lo que opina Ana:
Un cuento indio de amor con malos muy malos y buenos muy buenos que presenta unas realidades auténticamente dickensianas en la vida de los suburbios más pobres de Bombay, donde espabiladísimos niños de la calle luchan por sobrevivir. La descripción de toda esa miseria, la vida de estos pequeños pícaros es lo más atractivo de la película, una carga de profundidad sobre una durísima realidad de la India de nuestros días que acaba banalizándose en un final dulzón que tira por la borda mucha de la fuerza conseguida previamente. Es el triunfo de Boliwood, sin duda otra realidad incuestionable de la India, donde esa industria cinematográfica juega el papel del pan y circo de los romanos.