Comienza la película con un texto en off tan determinante del sentido de la película que no te deja fijarte en el paisaje, una playa de arena gorda, un cielo brumoso, una barca varada, un ambiente frío. Con este inicio la película no puede acabar bien. Es una historia romántica, lastrada por el miedo al cuerpo, a su exploración y goce. Tiene dos cosas levemente atisbadas: algo ocurrido entre la hija y el padre en la infancia de ella; y el conflicto de clase entre las dos familias, la del novio y la de la novia. No sé si en la novela de Ian Mcewan de la que parte (también es él el guionista) está igual de insinuado o entra más en ello. El que se parta de un texto literario en este caso condiciona demasiado, es como si hubiera puesto imágenes a un libro. El final, volando en el tiempo a través del maquillaje ("infame", según Javier Ocaña-El País-), podría haberse hecho más sutil, con la misma voz en off del principio. En definitiva, las tres estrellas de Metrópolis están bien dadas, ni más ni menos.
Lo que opina Ana:
Lo que opina Ana:
Dar vida cinematográfica a una novela
tan intimista es siempre un reto, lo consigue ampliamente en la creación del
ambiente durante la mayor parte de la película, cuando se circunscribe a los
años 60 y a los continuos flasbacks que nos ayudan a conocer a los personajes y
su historia de amor; pierde el pulso al final, cuando quiere rematar la
historia acercándonos al presente, algo totalmente innecesario y que se
convierte en grotesco. Una triste
historia de amor, destruida por el rechazo al sexo. El amor platónico pierde,
aunque mantenga su estela para siempre.