
Vas un poco asustado al cine, pensando que tal vez tengas que salir antes del final. Ana lo pasó peor que yo (tiene claustrofobia). A los quince minutos crees que ya está todo dicho, que de ahí no se mueve nadie, que es un asunto cerrado, y, sin embargo, faltan 75 minutos, que no son repetición de lo anterior, a pesar de tener casi los mismos elementos dramáticos que al principio. Con unos elementos tan escasos y determinados cualquier novedad,por pequeña que sea, es todo un mundo, una ventana que permite continuar soñando que vas a salir del hoyo, o al menos no vas a terminar fácilmente tu existencia. La lucha por la supervivencia está reflejada en el último y más dramático episodio.
Pocas veces un móvil ha dado tanto juego, con un director listo que no desaprovecha ningún recurso, pero sin falsear la situación, y un único actor, un "Stradivarius", dice Rodrigo Cortés que es Ryan Reynolds. Dos pegas menores, el travelling ascendente cenital del ataúd, que no rompe el estilo, pero que lo lleva al límite de lo permitido, y lo que yo creo que es lo peor, la canción country al final con los títulos de crédito. Aunque la haya compuesto el propio director, ¿a qué viene? No encaja (y no me hace falta entender la letra).
Lo que opina Ana:
Me costó decidirme a verla, me daban escalofríos sólo de pensar en el escenario que me esperaba, pero pudieron más las buenas críticas que mi claustrofobia. Tengo que reconocer que me costó mantenerme quieta en la butaca, di más respingos que una pulga y al final se me pasó la hora y media en un soplo. Maravilla pensar cómo Rodrigo Cortés ha conseguido realizar esta dificilísima película que cuenta con un único personaje encerrado en un ataúd esperando el milagro que no llega. Lo consigue con escasísimos recursos y un actor extraordinario, Ryan Reynolds. Un logro digno del mejor Hitchcock.