miércoles, 9 de octubre de 2019

Hasta siempre, hijo mío. Dir. Wang Xiaoshuai

Esta película la asociaré a un abanico (o a dos). Cines Golem Madrid, ultima fila de siete, ultima sesión. Llegan tarde un hombre y una mujer, ya ha empezado la película. Al poco la mujer saca un abanico y ostensiblemente lo abre, se abanica y lo cierra, como si estuviera en la Maestranza de Sevilla. Está sentada al lado de Ana, que resopla, no de calor, de ira. Un señor, ya avanzada la proyección, le dice que se vaya a refrescar al baño. Se contiene un poco, pero no para, y así hasta el final, para quejarse en ese momento de que es muy larga la película, y le digo entonces yo que no hubiera venido. Creo que no me oyó y lo siento, y siento más no haber sido más combativo.
La chica que conocemos de los Golem nos dijo al salir que los miércoles (entradas más baratas) viene una gente imposible, que le pide hojas de reclamaciones porque no permiten comer en las salas. Y son los Golem, los primitivos Alphaville, el cine más especial de todo Madrid casi, continuación de aquellas míticas salas de arte y ensayo, y tiene este público ahora.
Yo creo que la culpa es de las series. Se amodorran en su casa con una coca cola, un plato de pizza o unas palomitas, el móvil al lado y a ver lo que sea, drama, tragedia o comedia, y ese comportamiento lo trasladan a los cines, incluso los de versión original. ¡Qué horror!
La película es no sólo larga, es difícil. Está llena de saltos temporales y de cambio de escenarios que obligan, primero a estar familiarizado con este lenguaje, puramente y esencialmente cinematográfico, y luego a estar atento, y estos espectadores, que todo lo quieren fácil, se cansan, se aburren enseguida.
La historia muestra estupendamente la tragedia que supone perder un hijo, las condiciones míseras de los obreros y los cambios políticos y sobre todo económicos que ha vivido China en los últimos treinta años. Los dos actores, el matrimonio, recibieron con merecimiento los premios a mejor actriz y actor en el último festival de Berlín.
¿Y el otro abanico? , porque había dos. El otro lo tenía a mi derecha, recibía de él soplos de aire  de vez en cuando. También era desagradable, pero el de la izquierda se llevaba el premio gordo. En fin...
CALIFICACIÓN: cuatro estrellas (en Metrópoli, cinco)
Lo que opina Ana:
La vimos en los Golem en una noche del espectador, la sala estaba llena y nos tocó al lado de personas que no entendíamos qué hacían viendo esta película exigente, no apta para todos los públicos. A pesar de tener que aguantar comentarios y sobre todo el ruido incesante de un abanico movido con potencia, conseguí abstraerme y centrarme en lo que me estaban contando.
Centrándome en lo que importa, tengo que decir que la película me gustó. Desde el comienzo muestra un manejo impecable del lenguaje cinematográfico. En una sinopsis perfecta relata la tragedia conductora de todo lo que sucederá después y lo hace con una belleza y una sensibilidad extraordinarias. El plano del pantano recogiendo al niño muerto, la carrera hacia el hospital y el desenlace con la escena de dolor a lo lejos del pasillo, son conmovedoras y resumen sin palabras el nudo de la película. A partir de ahí, el director juega continuamente con el tiempo, salta como quiere, retrocede, avanza, para irnos relatando la evolución de una familia y de un país, lo hace magistralmente y al final consigue atar todos los cabos. Juega también con los planos, utiliza espacios abiertos, planos amplios y se deleita en ellos, para pasar en otras ocasiones a encerrarnos en un plano rápido y muy encuadrado que nos habla de peligro y dolor. La única pega que le pongo es que el final es demasiado explícito, tenía que haber acabado en el cementerio y dejar abierto lo que cierra, redondea y convierte en un final feliz. Me alegra que les dé respiro a los protagonistas, pero es demasiado bonito.
Vista el 2 de octubre del 2019